domingo, 10 de julio de 2011

LOS CRISTOS MUDOS-Fernando Celada

LOS CRISTOS MUDOS

     En los claustros desiertos,
hay Cristos que con ojos entreabiertos
inspiran una eterna compasión;
Cristos de frente triste y labios yertos
que aprietan de quebranto el corazón.

     Hay Cristos que al fulgor de la divina
lámpara , que con sus llagas ilumina,
contemplan con dolor grande y profundo
al reptil de los males que camina
vencedor y terrible por el mundo.

     Hay Cristos que no saben
cuántas inmensas desventuras caben
en muchos corazones oprimidos;
ni alivian el dolor de los que imploran,
ni reavivan la fe de los que lloran,
ni suavizan la cruz de los caídos.

     Hay Cristos que parecen tener pena
por no poder cambiar la angustia agena
que se retuerce con agudo grito;
Cristos que con amargo desconsuelo
alzan la frente al cielo
y dudan que aún exista el infinito.

     Hay Cristos desolados,
que reclinan la frente en sus costados
donde ruedan las lagrimas salobres,
y al oír las blasfemias de los pobres,
se arrepienten de estar crucificados.

     Hay Cristos que en su inmensa desventura
comprenden que es inútil la tortura
y el hondo afán que les lastima el pecho;
Cristos que con extática mirada
ven cruzaar por la tierra desolada
niños enclenques sin amor ni lecho.

     Cristos tristes y pálidos y yertos
que en los claustros desiertos
lloran su angustia palpitante y sola,
y desploman la frente entristecida
viendo a la humanidad rodar perdida.
Fernando Celada

LA FABRICA- Fernando Celada

LA FABRICA

   Abriéndose en hileras de urdimbre complicada,
se agitan los teleras con musical rumor,
y van entretejiendo la fibra delicada
que ha de cubrir al pobre lo mismo que al señor.

   Como cordajes breves de limpiadas alburas,
los hilos a millares sacuden su tensión,
y el fabricante cuida y enlaza las roturas
que causan en las herbas las motas de algodón.

   Los hilos que recorren aquella rueca breve,
se enlazan a otros hilos de forma transversal,
como si fueran copos de escarmenada nieve
entrelazando el seco ramaje de un rosal.

   Los carreteles crujen repletos con su trauma
que hilan y desenredan los peines a la vez;
y todo aquel cordaje sutil se desparrama
sobre los bastidores de hilada tirantez.
  
Giran vertiginosos carretes y redinas
que cantan al trabajo sublime y redentor
y retiran los tórculos las leves muselinas
que ya con forma artística se enredan al tambor.
  
Cruje la maquinaria con ecos soberanos,
y sobre la grandeza de aquel gigante altar,
levanta el pueblo noble con su millón de manos,
las hostias con que vuelve solicito a su hogar.

   ¡Oh lucha de los pobres!... ¡Oh batalla del arte!
tu vigor es preogreso, tu preogreso es altar;
cada fábrica abierta, para ti es un baluarte,
cada obrero un soldado, cada triunfo un telar.

   Mientras que cantan gloria tus altas chimeneas
y escarmenados se unen tus copos de algodón,
identifico mi alma con tus mismas ideas
y con tus mismas ansias lleno mi corazón.
Fernando Celada

LA VACA CIEGA- Juan Maragall

LA VACA CIEGA
Topando la cabeza con los troncos,
la inolvidable vía de la fuente,
la vaca sigue a solas. Está ciega,
temeraria zagal le saltó un ojo
de una pedrada cruel; cubren el otro
densas nuber; está ciega la vaca.
El manantial acostumbrado busca;
mas ya no va arrogante paso,
ni con sus compañeras; va ella sola.
Sus hermanas, en cerros, en cañadas,
en el prado, en las márgenes del río,
hacen sonar los esquilones mientras
pacen la fresca hierba.... Ella caería.
De hocicos da con la tallada piedra
del tosco abrevado, y retrocede
avergonzada; pero torna al punto,
inclina la testuz y bebe lenta.
Apenas tiene sed. Levanta luego
al cielo, enorme la enastada frente
con un trágico gesto; parpadea
sobre los ojos lóbregos y huérfana
de luz, sufriendo el Sol, que arde y abrasa,
vuelve con marcha trémula, moviendo
lánguida y mustia la tenida cola.
Juan Maragall

EL ROSARIO DE MI MADRE - Salvador Rueda

EL ROSARIO DE MI MADRE

   De la pobreza de tu herencia triste,
sólo he querido oh madre, tu rosario;
sus cuentas me parecen el calvario
que en tu vida de penas recorriste.

   Donde los dedos, al azar, pusiste,
como quien reza a Dios ante el sagrario
en mis horas de errante solitario
voy poniendo los besos que me diste.

   Los cristales prismáticos y oscuros,
collar de cuentas y de besos puros,
me ponen, al dormir, círculo bello.

   Y, de humilde lecho entre el abrigo
¡me parece que tú rezas conmigo
con tus brazos prendidos a mi cuello!
Salvador Rueda